Oiga, doctor, devuélvame mi depresión, ¿no ve que los amigos se apartan de mí? dicen que no se puede consentir esa sonrisa idiota (J. Sabina).
Desde hace ya un buen tiempo que desde el imaginario social pensamos a la salud como ausencia de enfermedad o la falta de síntomas. Esta forma de pensamiento sostiene que es sano el que no está enfermo o que no presenta signo de enfermedad. En realidad el tema es bastante más complejo. Una de las cuestiones que hay que tener en cuenta es cómo influye la adaptación en todo el proceso de salud y enfermedad. La enfermedad no hay que pensarla por fuera de las condiciones materiales, familiares, sociales (etc.) que son las que la producen. Un claro ejemplo de cuándo enfermarse no es en sí "el problema" sino la consecuencia inevitable es por ejemplo un sujeto que ha perdido parte de su capacidad de audición por trabajar en condiciones laborales precarias con niveles altos de ruido. Muchas veces el organismo intentará adaptarse a las exigencias del entorno, aunque este sea patológizante. Desde la medicina social se viene insistiendo de la influencia del entorno, lo social y político en la emergencia de muchas enfermedades. Atender al estilo y la calidad de vida es intervenir en estos procesos, claro que, lo farmacológico sigue siendo una de las principales formas de abordar la enfermedad. No es para nada casual que la respuesta que reciben los problemas complejos de la salud y la enfermedad de la población sean abordados desde esta óptica. Los capitales de la farmacéuticas son empresas poderosas en todo el mundo que buscan su propio beneficio económico y así encontraremos que parte del “negocio” es no curar sino mantener el problema. Ni el simple antiácido estomacal ni el más poderoso antipsicótico “curan”, son efectivos mientras duran su efecto por lo cual terminan generando una clientela que provee ingresos permanentes.
En el caso de los antidepresivos otro de los problemas es el creciente uso que tienen en la población. En los Estados Unidos han llegado a un punto en que casi la mitad de su población es calificada de mentalmente enferma de algún modo y casi una cuarta parte de sus ciudadanos – 67,5 millones– han tomado antidepresivos. Daría la impresión que muchas personas están tomando muchos más medicamentos de lo necesario para problemas que pueden no ser siquiera trastornos mentales. Muchos además, son autoadministrados, sin consulta psiquiátrica.
A continuación presento un video de Gwen Olsen, que habla de algunas de estas cuestiones. Olsen es una ex funcionaria de la industria farmacéutica y autora del libro “Confessions of an Rx Drug Pusher”.
Desde hace ya un buen tiempo que desde el imaginario social pensamos a la salud como ausencia de enfermedad o la falta de síntomas. Esta forma de pensamiento sostiene que es sano el que no está enfermo o que no presenta signo de enfermedad. En realidad el tema es bastante más complejo. Una de las cuestiones que hay que tener en cuenta es cómo influye la adaptación en todo el proceso de salud y enfermedad. La enfermedad no hay que pensarla por fuera de las condiciones materiales, familiares, sociales (etc.) que son las que la producen. Un claro ejemplo de cuándo enfermarse no es en sí "el problema" sino la consecuencia inevitable es por ejemplo un sujeto que ha perdido parte de su capacidad de audición por trabajar en condiciones laborales precarias con niveles altos de ruido. Muchas veces el organismo intentará adaptarse a las exigencias del entorno, aunque este sea patológizante. Desde la medicina social se viene insistiendo de la influencia del entorno, lo social y político en la emergencia de muchas enfermedades. Atender al estilo y la calidad de vida es intervenir en estos procesos, claro que, lo farmacológico sigue siendo una de las principales formas de abordar la enfermedad. No es para nada casual que la respuesta que reciben los problemas complejos de la salud y la enfermedad de la población sean abordados desde esta óptica. Los capitales de la farmacéuticas son empresas poderosas en todo el mundo que buscan su propio beneficio económico y así encontraremos que parte del “negocio” es no curar sino mantener el problema. Ni el simple antiácido estomacal ni el más poderoso antipsicótico “curan”, son efectivos mientras duran su efecto por lo cual terminan generando una clientela que provee ingresos permanentes.
En el caso de los antidepresivos otro de los problemas es el creciente uso que tienen en la población. En los Estados Unidos han llegado a un punto en que casi la mitad de su población es calificada de mentalmente enferma de algún modo y casi una cuarta parte de sus ciudadanos – 67,5 millones– han tomado antidepresivos. Daría la impresión que muchas personas están tomando muchos más medicamentos de lo necesario para problemas que pueden no ser siquiera trastornos mentales. Muchos además, son autoadministrados, sin consulta psiquiátrica.
A continuación presento un video de Gwen Olsen, que habla de algunas de estas cuestiones. Olsen es una ex funcionaria de la industria farmacéutica y autora del libro “Confessions of an Rx Drug Pusher”.
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